Actividad R.4.1:
El cuento de nunca acabar…
Ariel Morrone
El fin de un
viaje es un buen momento para plantar un blance. Pienso en mis primeras
búsquedas académicas, cuando aún no existían las revistas online ni GoogleBooks…
o sí existían, pero no se usaba acceder a esos materiales. Recuerdo recorrer referencias
bibliográficos al final de cada artículo, tomar nota, ir a bibliotecas y
hemerotecas (de la Facultad, de los institutos de investigación, incluso la
Biblioteca Nacional) tras publicaciones que no siempre estaban disponibles, en
horarios que no siempre coincidían, en lugares que no siempre estaban cerca… Y
había que hacer los preparativos: documentación, dinero en cantidad para
fotocopias, paciencia… dominio del campo, para poder optimizar los tiempos
siempre tiranos.
En otra
actividad hice una analogía entre el campo disciplinar y el barrio de la
infancia. Cuanto más conoce uno de su propio barrio, más ubicado está y mejor resuelve
los percances de la vida cotidiana. A medida que uno avanza en sus propias
investigaciones, suceden dos cosas: uno tiene más pericia en las búsquedas,
pero éstas se ramifican. También uno se pone más selectivo: arma sus “elencos confiables”
y va apostando, en la medida de lo posible, a descubrir nuevos rumbos. Pero
casi siempre son los tiempos del “mundillo académico” los que marcan nuestra
bitácora.
Si de
herramientas se trata, agenda y reloj pueden ser buenos aliados. Necesitamos
organización, sistematización para que nuestras búsquedas lleguen… no sé si a
buenos puertos, pero sí a puertos provisorios. Frenar, recalcular, afinar los
instrumentos de medición, reconocer las propias limitaciones: he aquí
aprendizajes que uno realiza en pleno viaje. Pero ese viaje, claro está, nunca
termina: deviene otro.
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